Dios es una señora gorda que ha recorrido el mundo de pie en pie. Es lenguaje universal, aunque no se hable con las manos. Desconoce las razas, las clases, las fronteras. Es lo único general en cualquier cultura. Dicen que los que mejor le rezan viven en el Sur de América, entre el barro de Rosario, las precariedades de Villa Fiorito y en medio de la samba de un barrio en Minas Gerais. 

Aunque descubierta antes de Cristo, los ingleses fundaron su iglesia en 1983. Solo puede ser profesada por hombres, no obstante, las mujeres le rezan en voz alta. Es llevada de puerto en puerto, traída de barcos que huyen de guerras y peste. Su mayor milagro es mutar. Originalmente está rellena de cuero, pero puede convertirse con pedazos de telas unidos, piedras pequeñas, tarros usados en la calle, medias viejas, o cuando el recuerdo llega, se arrastra en medio de las piernas de un alemán al minuto 93. 

Ella es la Diosa más exclusiva de las deidades, pues, aunque es orada por millones en la tierra, y algunos otros barriletes cósmicos, es su Santidad la que elige quién puede tocarla en su templo de 120×90. Y aunque ha tocado a varias chicas, en todos los continentes de este mundo, a ellas no se les ha permitido adorarla en el ritual de 90 minutos. 

Y es que, oficialmente, la ceremonia inicia con un hombre, él la lleva al centro de otros 22 hombres que la esperan con ansias, con deseo, igual que a cualquier chica caminando en la calle.  El sujeto de negro alza la mano y ahí empieza el ritual. Miles ven el espectáculo en la mezquita que rodea el rectángulo, todos a la espera del sagrado credo de tres letras. 

Como buena divinidad, los humanos le deben sacrificios. A los elegidos les pide tratarla bien, con amor, con suavidad y ternura. Así es, en una lucha misógina, machista y egocéntrica, los hombres pelean por tratar bien a una mujer gorda, lo impensado para revistas, magazines y chismes. A los feligreses que solo la observan, les pide ánimo para soportar la patanería de algunos pataduras e insensibles.

Así que, siguiendo las buenas costumbres de cualquier religión, su iglesia no sigue los principios de fe de la deidad. Por eso tiene rabia, por eso ya no rueda. Se hizo pesada apropósito y no quiere más alabanzas. Pues ella, que quiere ser del pueblo, hecha para las multitudes, hoy solo está al servicio de unos pocos. 

Por eso, los cardenales, sin encontrar explicación a la rebeldía, han decidido suplantarla, pero no es ella. Ya no hace poesía, no cae tranquila, como una seda en el pie de quien la busca. Por el contrario, ese objeto redondo, rebota en las rodillas, muslos y empeines. Ya no es la religión que se predicaba en el barro, en el barrio. Ahora su mantra es una oda de verde recompensa. Pero los fieles no lo notan, siguen atónitos, embrujados con un esférico sin alma, como esos que se creen sus dueños.

Mientras tanto, la gorda, pecosa y divina Diosa, está en un asfalto de micro, corriendo en alguna playa o siendo feliz a alguien en una manga. Ella, que se cansó del maltrato, ahora persigue a niñas o mujeres como ella. Las relegadas hoy tienen una en quien confiar, algo a lo que rezar en su marginalidad. La Gorda manda desde donde esté, pues nunca ha necesitado religiones. Por eso la odia Borges, porque sabe que es más grande que él.

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