Once metros fueron la distancia entre la realidad y un sueño. Sí, con años de preparación, una liga constituida y una cultura deportiva desarrollada, Brasil solo sacó diferencias con Colombia por una pena máxima; y así alcanzaron la tan anhelada obligación que desde 2006 no cumplían al pasar a una semifinal de un Mundial de fútbol femenino Sub-20.
Todo comenzó cuando una de las más cracks de las defensoras colombianas, Ángela Barón fue anticipada en el área por Analuyza, quien llegó primero a la pelota, motivo por el cual la colombiana golpeó a la carioca en el tobillo, sentenciando el castigo máximo.
Pese a que la guardameta cafetera Natalia Giraldo tocó el balón, el mismo caminó hasta traspasar la línea y fue la única derrota que tuvo la colombiana, quien atajó dos balones más. Su verduga fue Tarciane, con el número tres en la espalda.
Mientras tanto, arriba, Gisella daba pinceladas de ilusión que se desvanecían rápido por sus apresuradas decisiones. Linda Caicedo nunca estuvo sola, mientras Gabriela Rodríguez sacrificaba su protagonismo en pro de la tricolor.
Atrás no se fallaban una y el medio fue tierra de sudor.
Pese a esto, Colombia volvió a encontrarse con el monstruo de cinco cabezas que siempre se aparece en momentos definitivos de su historia. No, no es Brasil, no es un equipo ni una jugadora; el monstruo es una nación en subdesarrollo, ese que cuando se sale del ensueño, sigue ahí, demostrándonos que aún nos falta, no por talento, ganas o lucha, sí porque no hay dignidad con las mujeres y eso incluye el fútbol. En vez de Liga hay atletas desempleadas. Es hora que el talento deje de ganar partidos para que los proyectos ganen campeonatos. No es victimizarse, como dirían muchos por ahí, es reclamar y exigir lo justo. Porque los televisores en las tiendas, sin pagar demás, hoy los prenden ellas.
…Que la resistencia siga, porque sueños hay muchos y algún día la diosa redonda nos mirará desde su altar de yerba y nos dará su gloria.